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La chica en el espejo

La chica en el espejo

La muchacha era tímida. Con ayuda del tiempo, bullies de patio, y la diosa genética, su reticencia a interactuar con extraños pasó a ser una fobia diagnosticada. Aun así, debía seguir con su vida; pero las nauseas al hacerlo eran una constante.


Todo eso cambió el día que encontró un espejo de mano en el lavabo de una discoteca. Un pequeño estuche circular de tacto eléctrico. Animada por su hallazgo, tuvo que abrirlo y mirarse. Con gran sorpresa descubrió que su reflejo presentaba un aspecto impecable. Sonrisa no forzada, piel suave... Pero lo que más le sorprendía era la mirada. Parecía la de un depredador que no se ha alimentado en mucho tiempo. La muchacha no se sentía así, y el espejo del propio servicio confirmó que su aspecto era tan cochambroso como su ánimo. De mano, bien. De pared, dios mío. De mano. De pared. «Sí que hay diferencia, sí».


Desconcertada, no se dio cuenta de que su archienemiga número 3, una compañera de clase, había entrado en el baño. No estaba de humor para cruzarse con ella, y deseó con todas sus fuerzas desaparecer de aquel lugar. Cuando abrió los ojos, comprobó que algo había cambiado. Veía las paredes inclinadas, las luces tenues...; y a sí misma en posición amenazante encarando a la intrusa. Solo que no era ella, era la chica en el espejo, la de la piel suave y hambre en los ojos.


Tras un par de parpadeos forzados, la muchacha fue consciente del lugar en que se encontraba. Al inspeccionar su alrededor, vio una gran sala, mitad salón, mitad dormitorio. Sin ventanas ni puertas. Estaba sentada en un sofá demasiado cómodo, frente a una enorme pantalla plana que le mostraba en tiempo real lo que ocurría en su vida. Y en su mano derecha, el espejo abierto. La chica que se encontraba en la pantalla sostenía en su mano izquierda uno similar.


Cuando logró que la intrusa saliera corriendo del baño entre lágrimas, la chica que fingía ser ella se giró hacia la pantalla, levantó la mano que sostenía el espejo y apretó con fuerza.


La muchacha ya no estaba en la extraña sala, había vuelto a su realidad. Cerrando el estuche para meterlo en el bolso, decidió que debía ir a casa para meditar sobre lo ocurrido. Enterrada bajo las mantas, su curiosidad por la chica, por el espejo, por el lugar en el que había estado, no le dejaba pegar ojo. Aplicar el clásico prueba-error en su vida solía darle buenos resultados, así que decidió empezar a usarlo con regularidad para ver qué ocurría.


***


La primera semana fue interesante. La muchacha sacó a la chica del espejo en ámbitos distintos. En clase, cuando olvidó hacer los deberes, la otra escupió una mentira tan elaborada que el profesor casi tuvo que disculparse por haberse dirigido a ella. En el bar, cuando se aburrió de la estúpida charla sobre el macizo de moda, la chica inició una conversación con unos chicos de otro instituto, lo que derivó en una juerga que se alargó hasta el amanecer.


La muchacha veía todos estos sucesos en la pantalla del cuarto, suponía que cuando su otra yo «no estaba fuera», vivía allí. Había notado ciertos cambios desde la primera vez que fue. La sala parecía ser más acogedora, y una claraboya había brotado en el techo, envolviendo aquel espacio en una suave luz mezcla de azul y violeta. También había un pequeño baúl al lado del sofá, que curiosamente siempre tenía lo que ella necesitaba. Pipas, latas de Fanta, una lima de uñas... Realmente la muchacha se sentía cómoda allí, era muy fácil dejarle el peso de su existencia a otra persona.


Además, la vida al otro lado del espejo, su vida original, carecía ya de todo interés. Cuando volvía allí se le hacía difícil hablar con las personas de su entorno, continuamente evocaban frases, momentos cumbre y bromas de la chica en el espejo. Simplemente, la adoraban. La muchacha podía jurar sin miedo a equivocarse que nadie la echaba en falta.


A la tercera semana de uso indiscriminado del estuche, habían aparecido nuevos objetos en la habitación, que hacían su estancia aun más confortable. Ventanales que mostraban un jardín repleto de colores imposibles y cielos despejados, una estantería con montones de libros y música infinita para reproducir. Toda clase de elementos dedicados al ocio y descanso habían ido apareciendo, pero un pequeño deseo había ido creciendo en la muchacha. Quería salir fuera y curiosear por ese extraño mundo, pero no había manera de traspasar aquellos muros. Aún.


***


Un día, la muchacha se despertó en la sala dentro del espejo. Recordaba haberse ido a dormir a su propia cama, en el mundo real. Medio tambaleándose aún por el sopor, se acercó a la pantalla. La chica del espejo estaba buscando algo en el armario del baño de su propia casa. Cuando por fin dio con una pequeña caja, una sonrisa de triunfo se plantó en su rostro. Lentamente, vació el contenido en el lavabo. Las Risperidonas cayeron como granizo, yéndose por el desagüe como si nunca hubieran existido. «¡Mi medicación...!» pensó la muchacha, ¿cuánto tiempo hacía que no la tomaba? Ya recordaba, desde el día en que encontró el espejo; nunca se medicaba si salía de discotecas. El resto de días..., sencillamente se le había olvidado por completo en pro de su nuevo hallazgo. Entonces se dio cuenta de lo que debió haber visto hacía tiempo.


La chica en el espejo parecía tener más interés en vivir su vida que ella misma, y analizándolo bien, prefería estar en aquel otro mundo. Ya nunca más sería ella en la realidad. Su homóloga y contraria se quedó mirando fijamente a la pantalla, envuelta en un halo de gloria. Guiñó un ojo, y se alejó medio bailando.


La muchacha vio de pronto un brillo en una pared que antes no estaba. Al acercarse, percibió que era un pomo pegado a una puerta. Supo lo que debía hacer. Preparó una mochila con provisiones y algún libro, apagó la televisión y cerró el espejo a modo de castañuela, dejándolo sobre una repisa. Tras echar una ojeada rápida a la sala por última vez, la muchacha salió por la puerta, sin saber qué encontraría más allá del jardín.

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