El viaje de Mirna
Son las 03:07, Mirna, la hormiga, carga con un trozo de pan camino al refugio. El día no se ha dado mal, obediente como siempre, ha hecho varios traslados exitosos. Su pequeña mente divaga sobre lo que hará al llegar a casa, leer un libro, ver la tele, quizá cenar algo a escondidas —los jefes son muy estrictos con el control de su alimentación—. De pronto alza la vista y, con admiración, observa por un momento su sueño imposible, «El Faro». Es un poste que llega hasta el blanco cielo, liso, coronado por una copa metálica que irradia luz; hoy está especialmente deslumbrante. Ése es su Sol. Allí trabajan los ingenieros de su colonia, desde su torre inalcanzable, lo ven todo, lo saben todo —al menos eso se dice—; ellos planifican la ruta completa mensual de cada hormiga.
Mirna recuerda el primer día en que salió al exterior, fuera de los límites seguros —y oscuros, nada de luz— del refugio, todo era miedo y confusión. Hasta que al llegar a un claro, vio una inmensa construcción. Se alzaba majestuosa, imperturbable y lejana, como una ilusión. «Ése es El Faro», le susurró uno de sus jefes de expedición, notando la turbación de Mirna; ella había escuchado muchas historias, y la megafonía a veces les contaba cuentos sobre el gran poste a sus hermanas y a ella. A partir de ese momento, cuando se sentía sola, triste o aburrida, salía con cuidado de no ser vista —las normas de la colonia son bastante estrictas en cuanto a TODO— y se pasaba horas mirando fascinada hacia aquel horizonte. Cada día se acercaba un centímetro más, diciéndose a sí misma que aquel poste no estaba tan lejos.
Lo que más le gustaba a Mirna eran los amaneceres, cuando el Faro empezaba a iluminarse. Primero, se veía una pequeña chispa surgiendo de la cúpula y, poco a poco, un manto etéreo caía sobre la superficie de la misma. La hormiga pensaba en el calor sofocante que debía de hacer allá arriba, pero aun así, ansiaba conocer a los ingenieros y con suerte, algún día, llegar a ser una de ellos. En contra de la opinión de sus hermanas y algunos jefes, Mirna se había presentado a los exámenes para acceder a la torre. En ninguna de las dos ocasiones que lo hizo consiguió aprobar. Biológicamente era imposible, su pequeño cerebro de hormiga obrera no podía competir contra el de uno de los machos de su madre, la Reina.
***
Mirna abre los ojos. Son las 03:37 y está parada en mitad de un sendero oscuro, se da cuenta de que ha estado fantaseando sobre el Faro otra vez. Está lejos de casa y, en medio de su terror, escucha unos pasos tras Patasofá —una construcción muy antigua y robusta, se dice que es uno de los pilares de uno de los cielos—, seguidos de unas voces que Mirna reconoce. Son sus jefes.
—Seguimos sin noticias, señor— indica uno de ellos.
—Bien, tendremos que inventarnos la ruta para mañana —dice el segundo—, no sé qué puede estar ocurriendo, pero no me gusta. No ha regresado ninguno de los mensajeros que he enviado al Faro.
Mirna oye cómo se alejan poco a poco, quedando sus voces apagadas al cabo de un rato; por un momento ha pensado que la estarían buscando a ella, así que resopla de alivio y se decide a investigar qué ocurre con su torre favorita.
Tras varias horas de camino, las patitas doloridas, y mucha sed, Mirna ha logrado alcanzar el pie del Faro, y se dispone a escalarlo. El calor durante su viaje ha ido creciendo a medida que se acercaba, y lo mismo le ocurre cuando empieza su ascenso. «Madre.., esto es insoportable, ¿cómo puede trabajar nadie aquí?», piensa desilusionada. Empieza a sentir que se derrite y eso dificulta sus movimientos, porque no hace más que resbalarse.
Cuando llega a la cima y mete su cabeza en el recinto luminoso, no puede creer que tal horror pueda ser real. Una masacre. Es una masacre. Todos los ingenieros y mensajeros están carbonizados, sin duda debido al calor que emite el gran Sol. Emociones muy fuertes abruman a Mirna, sorpresa, desconcierto, repulsión, fascinación. Además, nauseas, pálpitos y un profundo descontrol de sus miembros. Esto no es lo que esperaba, y a la vez es, contemplando la llanura por la que ha venido, todo lo que deseó. En toda su extensión.
Mirna es incapaz de sujetarse más, y, soplando hacia adelante, se suelta. La caída es lenta, parece que una pequeña corriente de aire quiere mecer a la hormiga por unos segundos en sus brazos. Cae de espaldas sobre el suelo, y comienza a hacer la maniobra que le enseñaron en el colegio para enderezarse. Mientras lo hace, un dios o un gigante se acerca al Faro; en su mano porta un Sol apagado, mientras emite unos sonidos extraños. De pronto el Faro se apaga, y vuelve a refulgir a los pocos segundos. Es la luz de siempre, suave, cálida, pero no abrasadora.
Mirna vuelve a casa, abrumada, iluminada y muy cansada. Tras alertar a sus jefes de lo que ocurre en el Faro, casi nada le inquieta y es muy feliz, ellos van a darle un día de descanso a la semana como premio por informarles. Solo hay una cosa, aún se pregunta qué es lo que decía aquel gigante. Lo apunta en su libreta —*Aaam....ffffff......ooooo.....lllllll—, y se echa en la cama. «Algún día, quizá algún día lo descubra», piensa mientras se duerme plácidamente.
* Traducción a Humano: ¡Cariño, te he dicho mil veces que pongas las bombillas de bajo consumo en el salón, que son mejores para ver la tele!